jueves, 18 de febrero de 2016

Centralismo y antiautonomismo

¿Cuáles son las causas del centralismo? La primera, asumamos que todo ente geográfico-político tiende a regionalizarse y asumir identidades diferenciadas hasta niveles locales, desde que existen las sociedades humanas. Esto es una constante histórica y no fue hasta la extensión moderna del estado-nación cuando aparece el concepto centralizador actual, en realidad una forma de gestión basada en intereses particulares. Centralizaron el poder los monarcas de la edad moderna para luchar con la nobleza, hermana y rival,  y así absorber su poder y completar su labor de desarrollo del estado-nación, entendido como una gran empresa familiar. Esta empresa se ampliaba hasta su límite posible, los otros estados expansivos. A partir de ahí se entraba en el juego de tentar a la ampliación a costa de otros, provocando toda la serie de grandes guerras europeas desde el s. XVI hasta el XX. Todo esto no debe entenderse como una lucha territorial ni nacional, sino como el juego de los monarcas, es decir los grandes potentados por ampliar su empresa; los políticos de inicios del s.XX mantuvieron esta dinámica que fue el primer motivo centralizador.

Curiosamente esta tendencia se mantiene con el estado liberal, el que rompe y sucede al antiguo régimen. Primero por inercia, pero segundo por la mentalidad del despotismo ilustrado que se mantiene a inicios del XIX. Hay que centralizar por una visión paternalista del progreso, que debía ser llevado por una élite intelectual. Esto pudo no haber sido así, pero las circunstancias de nacimiento lo determinaron. El estado liberal nació con el experimento americano, pero sobretodo con la revolución francesa. La élite intelectual tenía muy claro que su proyecto sólo era viable si el poder se centralizaba en París, donde había una larga tradición de contrapoder popular (los monarcas temieron desde siempre al pueblo de París), hoy diríamos salvando la distancia, de actitud progresista. Esto se vio en la célebre disputa entre girondinos y jacobinos, siendo los primeros representantes de la burguesía de las provincias. Los jacobinos promotores de la revolución vieron que no sería posible con la actitud más integradora o laxa de los políticos de provincias, y se apoyaron en la ralicalidad parisina, única forma de desmontar el formidable entramado del antiguo régimen. Ello fue efectivo, pero tuvo la indeseable consecuencia de asociar para siempre el progreso a la centralización..

Y digo indeseable, porque de mantenerse hoy parte de un supuesto detestable, el del retraso intelectual de las regiones apartadas del centro. Aunque suena tremendamente incorrecto y no se nombra, este prejuicio está vivo y presente. Y en España tiene plena vigencia y se está fomentando los últimos años.
Entrando ya en la opinión personal, considero que la igualdad de los ciudadanos se construye también asumiendo la igualdad de los territorios, total y absoluta. Por ello a muchos no nos gusta el concepto de ‘capital’, ‘metrópoli’ porque implica cierto matiz despectivo hacia lo que allí llaman provincias.

En España se fomentó el centralismo con la dictadura, bajo el concepto paternal-autoritario de guiar a unos y embridar a otros. La llegada de la democracia supuso una reacción inicial a este concepto y se creó el estado de las autonomías, que si bien se hizo con un toque de maquiavelismo, ‘café para todos - diluyamos las diferencias’, es cierto que otorgaba un marco de respiro y de desarrollo para aquellas regiones que deseaban crecer sin tutelas externas. Valga decir que creo que esta autonomía es un derecho, y precisamente cuestionar este derecho es lo que provoca malestar y la molesta sensación de vigilancia que provoca desafección en muchas de esas regiones.

El concepto de tutela y vigilancia desde el estado central nunca se marchó, sino que estuvo oculto. Parte de la idea jacobina de que sólo la élite formada en el núcleo del poder sabe cómo gestionarlo eficientemente, algo que excluye despectivamente a las provincias. Y parte de un supuesto antidemocrático, que es que la soberanía no es de los ciudadanos sino del estado y sus poderes. En los últimos 15 años el centralismo ha sido recuperado por la derecha, cada vez menos disimuladamente. Ya se habla abiertamente de revertir el estado de las autonomías, un discurso que ha adoptado parte de la izquierda, sobretodo de aquella que reside en la capital y está demasiado mediatizada por su entorno, sin caer en la cuenta de la terrible visión que implica.

Esta discusión ha tenido dos consecuencias de enorme calado, una la desafección de las regiones que también constituyen un centro de poder importante pero que no soportan las tutelas ni paternalismos, como Catalunya; y otra, la corrupción.

Al menos aquí en Valencia; la corrupción está estrechamente relacionada con la falta de creencia en el proyecto colectivo valenciano. Si decidimos adentrarnos en el mismo subconsciente político, la corrupción ha sido una voladura de la autonomía desde dentro. El mecanismo es sencillo, la derecha centralizadora nunca creyó en la existencia de las autonomías, pero sin embargo les fue dada su gestión desde los años 90; para muchos de estos políticos, el ente autonómico no era más que una taifa, una idea insostenible, carente de seriedad y tendente a desaparecer. Su utilidad no podía ser más que como plataforma personal, como medio de ascenso social y político, o como modo de enriquecimiento si lo anterior no era posible. La totalidad de estos políticos aspiraban a ascender e ir a Madrid. Por supuesto de fondo hay una idea, la centralización absoluta, y tras esto un desprecio a los ciudadanos al constatar que es irrealizable. ‘Si no lo queréis, no tenemos porqué respetaros’ sería la consigna. Este es el motivo íntimo de la corrupción; el medio como lo consiguieron lo podéis leer en el post:
http://quepasaenvalenciapolitica.blogspot.com.es/2016/02/votar-corruptos-como-empezo-todo-o-si.html



Mateo Ferri

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